Excl p Nov.- “EI Colorado” supo que había perdido. -El “clack” de las esposas resonó en sus muñecas aquella madrugada del 3 de febrero de 1972, La tranquilidad de la vecindad no se vio inquietada por la llegada del comisario Felipe Antonio D’Adamo y una comisión policial que seguía los pasos de aquel casi adolescente de corte de cabello modelado y andar felino. Estaba alta la noche y había refrescado. Una brisa imperceptible movía las hojas de la arboleda que circundaba un barrio habitado por profesionales, pequeños rentistas, algunos italianos prósperos. Había perdido “El Colorado”.
Un imperdonable error (la maldita cédula que quedó en uno de los bolsillos de su cómplice Somoza) fue el desencadenante. Todo, hasta entonces, había sido perfecto, a saber: habían llegado en una moto al local de ferretería de Masserio Hnos., en Carupá. Solo se encontraba allí Manuel Acevedo, sereno, de 58 años, habituado a hacer pequeños rondines por el perímetro del amplio negocio. Esa noche no pudo completar su recorrido. Dos certeras balas lo frenaron. Junto a Robledo Puch, con un soplete en las manos, Héctor Somoza, de 17 años, comenzó a trabajar en la caja fuerte. Días antes, en un operativo similar, habian logrado un millón de pesos y la muerte de otro cuidador.
Pero esta noche del 3 de febrero está impregnada de ese aire fatalista que terminará por perder a Robledo. Y quizá todo saliera de esa inocentada de Somoza al intentar tomar del cuello, en broma trágica, a su “socio” y que Robledo Puch malinterpretara. Después, el disparo y enseguida el soplete quemando la cara del muchacho; más tarde, los dedos… “Está irreconocible”, dice el oficial que inspecciona el cádaver hasta que descubre, de imprevisto, una cédula de identidad a nombre de Héctor Somoza, y a partir de allí se arma el rompecabezas que quedará finiquitado horas después, justo cuando Robledo, que ha escapado del escenario del crimen utilizando un camión : más tarde una moto, llegue a su casa, las manos en los bolsillos, exhibiendo aires de probada inocencia. Mala noche la del 3 al 4 de febrero de 1972. Acaba de finalizar la primera parte de un raid trágico, aunque el comisario D’Adamo, a esa hora, desconoce por completo la trayectoria de ese joven simpático, de cabello entre rubio y pelirrojo, que contesta con soltura y pone cara de no saber de qué le hablan… Allí empieza realmente la otra historia…
CAH
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