1972 Agenda del Horror- Ultima parte

Excl. p/ Nov.- Son felices por estos días Robledo Puch e Ibañez. Tienen  dinero, satisfacen sus deseos  más elementales, se comportan como dispendiosos gastadores de una “pasta” que les  llueve del cielo. Si ambos se  juegan la vida, tambien pueden disponer de las de sus  víctimas. Es un duelo mortal,  una ruleta rusa que inquieta a  Ibañez, el más ensoñativo y  fantasioso. Robledo Puch desdeña los balances retrospectivos y sólo tiene mirada  para el mañana. Y “el mañana es hoy” sentencia,  meses después, sentado frente a Héctor Somoza, quien se  incorporará al grupo inmediatamente después que el  primitivo dúo ingrese al supermercado “Tanti”, de la  firma Manoukìan, donde,  tras abrir el techo a lo “Ri-fi-fí”, se alzan con más de cinco  millones de pesos de la época  y dejan inerte al sereno Juan  Scattone, alcanzado por dos  certeros disparos.  Casi una niña, Virginia  Rodriguez, de 16 años, es  ultimada en la ruta Panamericana. Es un “berretín” de Ibañez, que robó un  coche para precipitar el encuentro. Robledo viaja con la  pareja. No participa del festín de su socio. La muchacha,  al intentar escapar, recibe  cinco disparos por la espalda. El coche será abandonado en un camino lindero a la  ruta y nunca será encontrado. Es el 13 de junio. El 24 -festividad de San  Juan y aniversario de la  muerte de Carlos Gardel-en una moderna cupé deportiva, Robledo e Ibañez abor-dan a una joven modelo, Ana  María Dinardo, que sale de  “Katoa”, una boite en la que  trabaja su novio. La Dinardo  es bellísima y ha impactado a  Ibañez. Robledo Puch, para  no contradecirlo, le sigue la  corriente. Se aburre, sin embargo, porque le gustaría gastar el tiempo en algo más  productivo. Vuelven a la ruta  Panamericana. Se reitera el  episodio anterior -se dice que  no hay consumación porque  la mujer alude a una indisposición-y la muchacha aparece muerta con ocho balazos  en el cuerpo. Le han robado  una suma de dinero y el encendedor de buena marca  que usa.  El 15 de agosto, Jorge Antonio  Ibañez disuelve involuntariamente la sociedad. Ha muerto en un confuso accidente    automovilístico mientras viajaba con Robledo. Andado el  tiempo persisten las nebulosas. Ahora, impulsado por  circunstancias impensadas,  Héctor Somoza es el nuevo  socio. Debuta en hechos menores mientras Robledo pergeña el plan que lo lleve a un  golpe más o menos importante. Lo dan el 15 de noviembre en el supermercado “Rolón”, de Boulogne. Ingresan al negocio como hicieron  en “Tanti”. Sólo que aquí no  encuentran nada, salvo al sereno Raúl Delbene, que cae  muerto de un balazo. No ha  alcanzado a incorporarse del  improvisado lecho que ocupa.  Dos días más tarde es el turno de Pasquet Automotores, en Libertador al 1900,  en Olivos, a pocos metros de  la Residencia Presidencial. Allí se alzan con noventa mil pesos y Robledo, que  se asoma a una de las fosas  de la agencia, observa que a  un costado duerme el sereno  Juan Carlos Rosas. El balazo lo precipita al sueño  eterno.  Enseguida, el 25, la concesionaria Puigmarti y Cía, de  Santa Fé 999, en pleno  Acassuso, recibe la visita del dúo. Robledo Puch conoce el  lugar pues ha estado en por lo  menos dos oportunidades y  sabe dónde está instalada la  caja de caudales. Poco les  cuesta, esta noche, sorprender y golpear al sereno,  Bienvenido Ferrini, mientras lo izan al primer piso.  Allí, Robledo disparará dos veces.  Varias horas pasan ambos en  Puigmarti. El metal de la caja  fuerte se resiste al soplete. Finalmente la abren y huyen  con un millón de pesos. La  carrera de Somoza se caracterizará, sin embargo, por lo  meteórica y breve. El próximo paso los llevará a Tigre, a  lo de Masserio, y allí quedará  Somoza, irreconocible, junto  al sereno Acevedo.  Esa mañana, las manos que  han ejecutado la excelsa música de Chopin se enredan en las esposas que hábilmente le  ha colocado el comisario D’Adamo. Con la misma limpieza, esas finas manos han suprimido a varias personas. El  muchacho de pelo largo, recortado por un hábil “coiffeur”, esconde la frente protuberante. “Es tan tierno, tan  ìndefenso”, dirá una periodista de televisión, insólitamente, al cruzarse fugazmente  con el acusado en un pasillo de  los nuevos tribunales de San  Isidro.  El “Angel de la Muerte” -así lo bautizamos en un diario  matutino de gran circulación- pasa a ser “Fiera humana”,  “EI chacal” o “El verdugo  de los serenos”. El 8 de febrero los medios se inflaman  y dan las primeras informaciones acerca de la investigación  cuya causa sustancia el juez  Victor Sasson, uno de los  juristas más reputados. Lo  que se reconstruye  es el episodio de la calle Ricardo Gutiérrez,  que costara la vida del encargado Bianchi; la policía debe  hacer urgentes esfuerzos para  evitar que “el ángel de la  muerte” sea linchado por los  vecinos, mientras las por entonces gigantescas cámaras de Canal 7 son asediadas  por el público y se escuchan  expresiones como éstas:  “ ¡Debe implantarse la pena de muerte para casos  así!” o “¡Es una vergüenza  que gastemos dinero en  mantenimiento para un  irrecuperable!”.  La segunda parte de la historia estará dada por la fuga de  Robledo Puch. Habrá miedo  y no pocas denuncias anónimas asegurando que se lo ha  visto por Vìlla Devoto, Martinez, Parque Patricios o Villa Crespo, a la  misma hora. La psicosis terminará cuando sea recapturado en las cercanías de su casa,  en el barrio .donde transcurrieron sus correrías. Confesará o negará alternativamente. La justicia tendrá, a  su momento, la última palabra. Finalmente, será condenado. Ahora, Robledo Puch  es un detenido de buena conducta.  La mirada de ojos color de  agua que se clava escleróticamente sobre el interlocutor,  la mirada que promete desentrañar sabrosos misterios,  se pierde en la lectura de pequeñas citas. Se da como una  constante: un conocido descuartizador, que recuperó la  libertad tras cumplir con los  términos de su condena, se  convirtió en pastor evangélico; en Olmos: otro penado,  convicto de salvajes crímenes, se entregó a la meditación, quizá en procura de redención a tanto pecado. Carlos Eduardo Robledo Puch,  quien confesaría que a los  veinte años es imposible vivir  sin autómovil y sin dinero, se  aferra a una Biblia gastada  como un naúfrago a una tabla  podrida que se va astillando a  medida que el agua la erosiona. Ya ha perdido convocatoria. Resulta indiferente a un  entorno sumido en prolongados e indefinidos silencios.  Sus dedos acarician el papel  satinado tantas veces recorrido en horas de desesperación  y tambien de inefable esperanza. Todo puede ser; Todo. Cada  tanto, su padre le llevaba algún  presente. Robledo Puch aseguraba asi que, tarde o temprano,  se vengará de todos, mientras deambulaba pensando en  un compañero de prisión que  ha muerto hace ya tiempo.  Las puertas se han cerrado a  sus espaldas y le han dicho  que para siempre. Salvo esos  milagros que ocurren de tanto en tanto. Un milagro que  puede encontrar en esas hojas gastadas que el dedo ìndice de la mano derecha -de  pianista consumado-recorre  hasta posarse, quizá con ironia, en una pequeña cita atribuída a Jesús: “Ama a tu  prójimo como a tí mismo» .-

CAH

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