Excl. p/ Nov.- Son felices por estos días Robledo Puch e Ibañez. Tienen dinero, satisfacen sus deseos más elementales, se comportan como dispendiosos gastadores de una “pasta” que les llueve del cielo. Si ambos se juegan la vida, tambien pueden disponer de las de sus víctimas. Es un duelo mortal, una ruleta rusa que inquieta a Ibañez, el más ensoñativo y fantasioso. Robledo Puch desdeña los balances retrospectivos y sólo tiene mirada para el mañana. Y “el mañana es hoy” sentencia, meses después, sentado frente a Héctor Somoza, quien se incorporará al grupo inmediatamente después que el primitivo dúo ingrese al supermercado “Tanti”, de la firma Manoukìan, donde, tras abrir el techo a lo “Ri-fi-fí”, se alzan con más de cinco millones de pesos de la época y dejan inerte al sereno Juan Scattone, alcanzado por dos certeros disparos. Casi una niña, Virginia Rodriguez, de 16 años, es ultimada en la ruta Panamericana. Es un “berretín” de Ibañez, que robó un coche para precipitar el encuentro. Robledo viaja con la pareja. No participa del festín de su socio. La muchacha, al intentar escapar, recibe cinco disparos por la espalda. El coche será abandonado en un camino lindero a la ruta y nunca será encontrado. Es el 13 de junio. El 24 -festividad de San Juan y aniversario de la muerte de Carlos Gardel-en una moderna cupé deportiva, Robledo e Ibañez abor-dan a una joven modelo, Ana María Dinardo, que sale de “Katoa”, una boite en la que trabaja su novio. La Dinardo es bellísima y ha impactado a Ibañez. Robledo Puch, para no contradecirlo, le sigue la corriente. Se aburre, sin embargo, porque le gustaría gastar el tiempo en algo más productivo. Vuelven a la ruta Panamericana. Se reitera el episodio anterior -se dice que no hay consumación porque la mujer alude a una indisposición-y la muchacha aparece muerta con ocho balazos en el cuerpo. Le han robado una suma de dinero y el encendedor de buena marca que usa. El 15 de agosto, Jorge Antonio Ibañez disuelve involuntariamente la sociedad. Ha muerto en un confuso accidente automovilístico mientras viajaba con Robledo. Andado el tiempo persisten las nebulosas. Ahora, impulsado por circunstancias impensadas, Héctor Somoza es el nuevo socio. Debuta en hechos menores mientras Robledo pergeña el plan que lo lleve a un golpe más o menos importante. Lo dan el 15 de noviembre en el supermercado “Rolón”, de Boulogne. Ingresan al negocio como hicieron en “Tanti”. Sólo que aquí no encuentran nada, salvo al sereno Raúl Delbene, que cae muerto de un balazo. No ha alcanzado a incorporarse del improvisado lecho que ocupa. Dos días más tarde es el turno de Pasquet Automotores, en Libertador al 1900, en Olivos, a pocos metros de la Residencia Presidencial. Allí se alzan con noventa mil pesos y Robledo, que se asoma a una de las fosas de la agencia, observa que a un costado duerme el sereno Juan Carlos Rosas. El balazo lo precipita al sueño eterno. Enseguida, el 25, la concesionaria Puigmarti y Cía, de Santa Fé 999, en pleno Acassuso, recibe la visita del dúo. Robledo Puch conoce el lugar pues ha estado en por lo menos dos oportunidades y sabe dónde está instalada la caja de caudales. Poco les cuesta, esta noche, sorprender y golpear al sereno, Bienvenido Ferrini, mientras lo izan al primer piso. Allí, Robledo disparará dos veces. Varias horas pasan ambos en Puigmarti. El metal de la caja fuerte se resiste al soplete. Finalmente la abren y huyen con un millón de pesos. La carrera de Somoza se caracterizará, sin embargo, por lo meteórica y breve. El próximo paso los llevará a Tigre, a lo de Masserio, y allí quedará Somoza, irreconocible, junto al sereno Acevedo. Esa mañana, las manos que han ejecutado la excelsa música de Chopin se enredan en las esposas que hábilmente le ha colocado el comisario D’Adamo. Con la misma limpieza, esas finas manos han suprimido a varias personas. El muchacho de pelo largo, recortado por un hábil “coiffeur”, esconde la frente protuberante. “Es tan tierno, tan ìndefenso”, dirá una periodista de televisión, insólitamente, al cruzarse fugazmente con el acusado en un pasillo de los nuevos tribunales de San Isidro. El “Angel de la Muerte” -así lo bautizamos en un diario matutino de gran circulación- pasa a ser “Fiera humana”, “EI chacal” o “El verdugo de los serenos”. El 8 de febrero los medios se inflaman y dan las primeras informaciones acerca de la investigación cuya causa sustancia el juez Victor Sasson, uno de los juristas más reputados. Lo que se reconstruye es el episodio de la calle Ricardo Gutiérrez, que costara la vida del encargado Bianchi; la policía debe hacer urgentes esfuerzos para evitar que “el ángel de la muerte” sea linchado por los vecinos, mientras las por entonces gigantescas cámaras de Canal 7 son asediadas por el público y se escuchan expresiones como éstas: “ ¡Debe implantarse la pena de muerte para casos así!” o “¡Es una vergüenza que gastemos dinero en mantenimiento para un irrecuperable!”. La segunda parte de la historia estará dada por la fuga de Robledo Puch. Habrá miedo y no pocas denuncias anónimas asegurando que se lo ha visto por Vìlla Devoto, Martinez, Parque Patricios o Villa Crespo, a la misma hora. La psicosis terminará cuando sea recapturado en las cercanías de su casa, en el barrio .donde transcurrieron sus correrías. Confesará o negará alternativamente. La justicia tendrá, a su momento, la última palabra. Finalmente, será condenado. Ahora, Robledo Puch es un detenido de buena conducta. La mirada de ojos color de agua que se clava escleróticamente sobre el interlocutor, la mirada que promete desentrañar sabrosos misterios, se pierde en la lectura de pequeñas citas. Se da como una constante: un conocido descuartizador, que recuperó la libertad tras cumplir con los términos de su condena, se convirtió en pastor evangélico; en Olmos: otro penado, convicto de salvajes crímenes, se entregó a la meditación, quizá en procura de redención a tanto pecado. Carlos Eduardo Robledo Puch, quien confesaría que a los veinte años es imposible vivir sin autómovil y sin dinero, se aferra a una Biblia gastada como un naúfrago a una tabla podrida que se va astillando a medida que el agua la erosiona. Ya ha perdido convocatoria. Resulta indiferente a un entorno sumido en prolongados e indefinidos silencios. Sus dedos acarician el papel satinado tantas veces recorrido en horas de desesperación y tambien de inefable esperanza. Todo puede ser; Todo. Cada tanto, su padre le llevaba algún presente. Robledo Puch aseguraba asi que, tarde o temprano, se vengará de todos, mientras deambulaba pensando en un compañero de prisión que ha muerto hace ya tiempo. Las puertas se han cerrado a sus espaldas y le han dicho que para siempre. Salvo esos milagros que ocurren de tanto en tanto. Un milagro que puede encontrar en esas hojas gastadas que el dedo ìndice de la mano derecha -de pianista consumado-recorre hasta posarse, quizá con ironia, en una pequeña cita atribuída a Jesús: “Ama a tu prójimo como a tí mismo» .-
CAH
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