De nuestra redacción– Obras y progreso, en su forma y fondo, son sinónimos indivisibles. Obras que respondan a la necesidad de un vivir mejor en un plano de realizaciones prácticas, morales y espirituales, y progreso basado en el respeto al hombre, a su libertad, a su humanidad y a su trascendencia.
Para quienes aspiran a la inmortalidad por medio de sus obras existe una enseñanza que da por tierra con sus apetitos y futilezas: la mayoría de las grandes obras son la suma de otras pequeñas, casi imperceptibles, que a lo largo de la historia han ido gestando seres anónimos imbuidos de ansias de servir para ser servidos, de creer para ser creídos, de amar para ser amados.
Trascendente debe ser la obra cotidiana: el trabajo. el hogar, el esparcimiento, la amistad. Trascendentes han de ser, aunque no lo parezcan, esas pequeñas acciones que dulcifican la estancia del hombre en la tierra: un mejor habitat, un barrio arbolado, una calle con desgües cloacales, una fresca sombra para los rigores del verano. De todas esas pequeñas y minúsculas partículas que van eslabonándose, se forma e integra el organismo de la gran sociedad, ese descomunal y a veces caótico mundo en que vivimos.
Las obras que realicemos serán nuestra herencia, el testimonio de nuestra vida y llevarán nombre y apellido de cuantos han servido para ser servidos, de cuantos han creído para ser creídos y de cuantos han amado para ser amados.