De nuestra redacción.- Alguien que sabe de éxitos y de largas temporadas de romance con el público de los más apartados rincones del mundo es la españolísima Sarita Montiel, capaz de hacer perdurable la lozanía y prestancia que le catapultaron al estrellato en el célebre filme “El último cuplé”'(1956). La actriz y cantante, que llegó a compartir cartel nada menos que con Gary Cooper en “Veracruz”, olvidable producto hollywoodense rodado por su segundo esposo, el americano Anthony Mann, parecìa haber descubierto la Fuente de Juvencia.
Su secreto, desperdigado a voces en los mentideros artísticos de Madrid, habla del “enamoramiento permanente”, encarnado por desconocidos galanes, que no pertenecían al mundillo de la actuación, pero a los que Sarita describía como “caballeros, inteligentes, sobrios en el vestir y en el decir, viajeros empedernidos por elección personal y por sus negocios.
Algo más: su corazón no estaba ocupado por nadie.
Sarita, que seducía nada menos que a Raf Vallone y a Maurice Ronet en sus películas, siguiò rompiendo corazones hasta su muerte.
Un portentoso industrial catalán radicado en Pompeya desde hace muchos años, anduvo tras sus pasos durante mucho tiempo. “Sarita es la mujer de mi vida desde que la conocí, en 1955. Nunca deje de ver, por lo menos, sus películas y estoy seguro que moriré amándola” comenta este ya anciano admirador, cuando la recuerda.
Lo cierto es que, dispuesta a vivir un prolongado ciclo de amor invernal, la nacida María Antonia Ábad en sus documentos, hizo suyo a lo largo de su vida, lo que pregonaba la canción “ fumando espero al hombre que yo quiero».
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Ese genio del cine que fue Federico Fellini murió hace algunos años, pero su talento impar sigue promoviendo polémicas y adhesiones. Como la del poeta y novelista cubano Heberto Padilla, que se refiere a la película “La Strada», de 1956, como un monumento cinematográfico de Fellini: “Cuando se estrenó dice Padilla -salí del cine transformado por el impacto de un mundo que nunca pudimos imaginar. Por supuesto que allí estaba la clásica fascínación de los cineastas por las complejas relaciones de amor bajo las carpas de cómicos errantes por los caminos de campos y ciudades; pero los personajes de Fellini vivían sus peripecias de un modo que la cinematografía no había reflejado hasta entonces. Y lo mismo ocurrió con “Las noches de Cabiria”, que explora la solidaridad básica del amor por encima del eros y la lujuria.
Con Fellini, otro cine surgía en Italia. Yo tuve la alegría de verlo crecer y afianzarse en todas partes’
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