H p/LR.- “¡Ah, que épocas aqueyas:! piyaba un tranvía y ¡ hala, me encontraba abandonao en el asiento un ejemplá de ‘La Razón 6º edición”. Entraba a tomá un café en el ‘Iberia” y, ¡zas!, aparecía orvidao en el asiento un número reciente de la revista ‘Leoplán’! Apenas salía del Tronio, a eso de las 2 de la mañá, y ¡mardita sea!, ayí estaba un ejemplá flamante y nuevito de ‘La Prensa’ que arguien había comprao exclusivamente pa’ buscá trabajo… ¡Leía gratis toito er mes!”.
Con su gracejo andaluz que no ha perdido con los 61 años de argentino, el gitano Juanillo, “que entraba por bulerías y salía por peteneras”, confeso admirador del “cantaor” Angelillo y “desconfiado pa’ la política”, camina por la avenida de Mayo ahora más lentamente que en la época que la “Gran Vía” era una fiesta de modismos, dialectos y costumbres peninsulares. La guerra los envió a oleadas y ellos, como pudieron, buscaron su lugar bajo el sol, que sin los flamígeros rayos del que alumbra en Sevilla daba, sin embargo, el calor suficiente “pa’ tirá pa’ lante”. Algunos retornaron a su tierra después del exilio. Otros, sin pesadumbres, como Juanillo, prefirieron quedarse y vivir a España desde la acera de los impares de la avenida de Mayo. Juanillo hace rato que pasó la barrera de los ochenta años y la lectura ha quedado relegada a los diarios que entregan gratuitamente en las bocas de los subterráneos. ¡Ya no se encuentran en los tranvías sencillamente porque no se venden ni se tiran como antes y, además, ¿quién ha visto tranvías en los últimos cuarenta años?
Juanillo era amigo de aquel gitano enorme y flaco que guardaba las puertas del Tronio – conocida confitería-colmao donde debutó nada menos que Lolita Torres- un sevillano de pura cepa que se hizo famoso por enfrentar a José María Gatica cuando este lo hacía objeto de pullas inofensivas. Juanillo vivió la Buenos Aires de las tabernas vascas, del arroz al pill-pill, del congrio y el bacalao a la vizcaína. Las recuerda con emoción, como si Manolo Caracol reviviera las viejas glorias “por soleares”. Juanillo, que lloraba cada vez que en el cine Gloria -construido con auténticas mayólicas sevillanas- proyectaban “El Niño de las Monjas” en una copia ilegible que los devotos del cine recitaban más que escuchaban.
Juanillo -¿existe en verdad?- que, despacioso pero con rigor espartano, va camino del olvido y del último tranvía…
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