Las miserias humanas no tienen límites. Forman parte intrínseca de cierto “homo erectus” desviado por perversiones y amigo de vivir sin trabajar. Que lo digan si no aquellos ingenuos que son visitados en sus casas por un “asustado” albañil que asegura que trabaja en una obra de “por aquí” y que, en bicicleta,acompañado por un niño de corta edad, reclama ayuda para un compañero de tareas que cayó del andamio y debió ser internado en terapia intensiva del hospital. La ayuda consiste en “unos pesitos” porque los remedios recetados son carísimos y se trata de una emergencia. El estafador visita casas en donde viven personas ancianas, en lo posible solas, y vuelca su histrionismo en un llanto que conmovería al más pintado. A dos señoras jubiladas les hizo el “cuento del tío” y les sustrajo $ 300 de sus jubilaciones, y la operación la repitió con otros vecinos que prefieren olvidar el episodio. A los exponentes de esta clase de delincuentes les debiera caer todo el peso de la Justicia, sobre todo cuando utilizan niños para dar visos de seriedad a la vulgar estafa que cometen en perjuicio de los que menos tienen.
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