De nuestra redacciòn.- Opiniòn de un abogado vecino de Pompeya
Como un incontenible tsunami, la violencia nos arrasa, nos supera, sin hacer distingos de edad, sexo o situación; es una violencia indiscriminada, sin códigos ni clemencia que termina convirtiéndo la prudencia en temor, la precaución en miedo.
Ante ella, están los que reaccionan enfurecidos, sin medir las consecuencias y aquellos que la aceptan pasivamente, casi con resignación.
Hay muchos tipos de violencia y con cada uno de ellos debemos convivir diariamente. La agresión verbal, el insulto, la violencia de género son lugares comunes, pequeños actos de cobardía que de ser tan comunes, a veces ni se registran.
Pero estan los otros, los actos de agresión alevosa, el disparar para matar; no para herir, para matar; no solo para robar, sino para lastimar de manera irreversible, porque para el agresor la vida del otro, y aún la vida popia no valen nada.
A este desenfreno es muy dificil ponerle límites. Las autoridades aumentan los servicios locales de seguridad, día a dia se instalan más cámaras para seguir los movimientos de los delincuentes, se ponen más policías en las calles y se acrecientan los reclamos al gobierno. Pero estas soluciones, si bien son eficaces en parte, no resuelven el problema de base. Este problema solo puede resolverse con una aplicación justa de la ley, sin «chicanas», haciendo que el delincuente sea juzgado y salde su deuda con la sociedad. Que los lugares de detención estén regidos por políticas carcelarias que permitan una reinserción social que garantice a lo ciudadanos la no reincidencia y la recuperación moral del individuo. Caso contrario estamos liberando futuros asesinos.
Son los magistrados los encargados de sentencias justas y son las autoridades las que deben ocuparse que las cárceles no sean un ‘hogar de tránsito» sino lugares de rehabilitación que permitan rescatar a la gran cantidad de jóvenes -adictos casi en su totalidad, que pululan por las calles robando, destruyendo y destruyéndose.
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