Los argentinos nos caracterizamos por tener una capacidad de improvisación que nos hace salir adelante en situaciones engorrosas, salvándolas con más picardía que esfuerzo. Esto, que parece anecdótico y que nos permitió acuñar la remanida frase “Dios es argentino”, es la facilidad de encontrar salidas inmediatas a problemas urgentes.
Pero están los otros, los que son a largo plazo y que se van agravando con el paso del tiempo. A esos problemas hay que darles la importancia que merecen; debemos arbitrar las medidas que permitan en el futuro, sino evitarlos, mitigarlos.
Cada persona conforma un todo con su entorno y solo podrán modificarse las conductas antisociales con un trabajo grupal que abarque todo su contexto.
Esto no se logra en un día. Ayudar a restablecer o solidificar los lazos familiares, a recuperar la dignidad del trabajo involucrándose en emprendimientos propios y lograr la inclusión en la sociedad es una ardua tarea, pero es una tarea con visión de futuro.
Recomponer los valores sociales es también rescatar de la exclusión y brindar la posibilidad de una vida mejor a los que, por distintos motivos, no tuvieron la posibilidad de elegir.
Es de esperarse pues el resultado será una sociedad menos violenta y más justa.