De nuestra redacción.- LOS LOCOS DE LA GUERRA
Se les conoció genéricamente como “Los locos de la guerra” y arribaron a nuestro país entre 1918 y 1920, a poco de terminar la primera gran guerra mundial. Se los embarcaba como refugiados políticos y muchos recién probaban un bocado caliente después de mucho tiempo cuando en Migraciones lograban obtener los papeles de embarque rumbo a esa soñada América. Llegaban al puerto vestidos con harapos y así habían transcurrido un lustro de sus vidas, atrapados entre el fuego, la destrucción y el hambre. Muchos de ellos arribaron a barrios periféricos como la Boca o Barracas: traían el típico “bagayito” y la fiebre de la locura en sus ojos. Había niños, también, que temblaban despavoridos al oir el traquetear de los tranvías ciudadanos. Parecía el rodar de los transportes de guerra en medio de la batalla.
Algunos hablaban con un auditorio invisible, se entusiasmaban en ese delirio que no encontraba respuesta, y podían reír horas enteras y llorar otras tantas. Otros. más silenciosos, esperaban la pausa del mediodía para embutirse en sus pensamientos. “No son peligrosos”, decían los médicos. Pero las gentes siempre tenían algo de miedo por éstas criaturas perseguidas por su propia especie. Lo cierto es que “los locos” se incorporaron, en gran medida, al nomenclador suburbano. Algunos murieron tempranamente y otros seguían contando anécdotas hasta bien entrados los 70s. ¡Aquí, al fin, habían encontrado la paz tantas veces reclamada y tantas veces merecida!
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