El teatro hecho por vecinos es un espacio artístico pero también de convivencia y un lugar desde donde tender redes sociales. A nivel local, su tradición arranca en 1983 con la novedad del Grupo Catalinas Sur, seguido en 1995 por el Círculo Cultural Barracas hasta su prolífica multiplicación a partir de 2001.
Se trata de un fenómeno de las clases medias y medias bajas que suman más de 30 en todo el país y cuyo gran epicentro es Buenos Aires, donde se concentran más de la mitad. Sin importar dónde estén, la Red Nacional de Teatros Comunitarios los une y garantiza el intercambio. Uno de esos buenos vecinos es el Grupo de Teatro Comunitario de Pompeya.
Si hay barrios emblemáticos de Buenos Aires, Pompeya integra esa lista. Sus calles aún recuerdan el andar del poeta Homero Manzi, sus cielos atestiguan humeantes chimeneas fabriles y el Puente Alsina ejemplifica que el Riachuelo no divide nada. De aquella postal fabril hoy queda el esqueleto de galpones arrumbados, algunos transformados en improvisadas y pobrísimas viviendas.
Desde hace ocho años, el Grupo busca torcer el destino. Con epicentro en el club «Juventud y Armonía», en la esquina de Homero Manzi y Tabaré, este grupo autogestivo está integrado por 30 vecinos -de entre 15 y 65 años- que los sábados a las 15 se reúne para hacer todo: dramaturgia, escenografía, vestuario y difusión. El 75% de los integrantes son mujeres y los hombres -excepto el director y el asistente- son menores de 30.
«Las ruinas de Pompeya» es el último espectáculo que el Grupo estrenó en 2008 y que continuará en escena hasta que presenten su próximo show. En él hacen un paralelo entre el barrio y las ruinas de Pompeya de Italia, que quedaron bajo la lava del volcán Vesubio. La historia relata la llegada al barrio de un vendedor llamado Vesubio que promete hacer de Pompeya la Recoleta del sur, y excepto un grupo minúsculo todos parecen de acuerdo. El propio Manzi es convocado a dirimir el asunto pero el poeta explica a los vecinos que son ellos los responsables de defender la identidad barrial.
Pompeya, como el resto de la franja sur de la Ciudad no forma parte de la agenda de la actual gestión excepto por las repavimentaciones que ofrecen camionadas de adoquines que marchan sin decir adiós. Esa ausencia también se evidencia en la falta de actividades y de espacios culturales. Muchos vecinos no van al teatro porque no hay ninguna sala cerca, porque no tienen el hábito y porque hay una lejanía simbólica.
Sin ser un objetivo per se, el Grupo también sirvió como disparador para indagar inquietudes y para no perderse. Mientras que algunos comenzaron a estudiar alguna rama vinculada a la dramaturgia, otros encontraron un espacio de pertenencia desde donde enfrentar, por ejemplo, a las drogas.
El objetivo es que el vecino salga de su casa y asista, y que si le dan ganas participe. Con ese afán de sumar, las aspiraciones también incluyen la creación de un espacio cultural. La realidad es que hasta las sillas para las funciones son la sumatoria de muchas buenas voluntades. A fin de organizarse y proyectar, el grupo se va armando: el Gobierno de la Ciudad paga el sueldo del director y del asistente, mientras aspiran a obtener un subsidio del Fondo Nacional del Teatro.