De nuestra redacciòn- Historia de carros y caballos en la Boca de ayer
El viejo Pago de la Costa se adjudicó siempre la primacía en diversidad de actividades e inventos. Una investigación periodística llevó a comprobar que el primer transporte “colectivo” no circuló en la Capital Federal sino en Vicente López y por lo menos cuatro años antes que se inaugurara el primer recorrido capitalino entre Retiro y Primera Junta.Pero así como las primitivas cafeteras de Boraso fatigaban las empedradas calles del partido, las flores de Vicente López -especialmente de Olivos, en menor medida de Florida y Borges- inundaban el viejo mercado floricultor. La zona de Retiro, en la calle Basavilbaso, aún se abarrotaba, promediando la década de los años 20s., con las más variadas especies. Primero los carros y luego los trenes del Ferrocarril Central Argentino acercaban a los centros de consumo, en las primeras horas de la madrugada, rosas, claveles, crisantemos y hasta ¡orquideas! creadas en invernáculoAsí, en La Boca, desarrollaba sus «actividades» Don Tas. Nadie supo nunca su nombre. Apenas si el apelativo transformado en una sílaba sonora: “Tas” antecedido por el ceremonioso “don”. Y bien, don Tas curaba las bicheras de palabra. A su conjuro, el gusano pugnaba por salir moribundo desde el interior de la llaga del pobre caballo y caía como una rama desprendida por la tormenta. Usaba cataplasmas de vez en cuando y en su morral no faltaban árnica, arrope, jugo de hierbas, pis de gato y otras variedades de la precaria farmacópea empírica. No había sarna, ni garrapata, ni mosca de queresa que se le resistiera. Cuando terminaba su tarea, montaba su pingo ruano y desaparecía rumbo a la Boca. Decían que habitaba un ranchito cerca de la Iglesia, en proximidades de las vías. Y que cada día montaba el caballito y se largaba a cumplir con las consultas. Al morir, otro alzó la posta, aunque hubo sutiles cambios de medicina. El nuevo “curador” recetaba productos de farmacia, aplicaba inyecciones y tenía unos papeles que lo acreditaban como veterinario. Pero los viejos seguían añorando a don Tas y a sus curas milagrosas, que se producían al ritmo de sus propias palabras apagadas, dichas para su interior, pero que resonaban con misteriosos ecos en el organismo quebrantado de los animales enfermos.
Historia de Perros
A veces me pregunto porque no obedecemos al primer impulso, si sabemos que después vamos a sentir ese gustito amargo en la garganta y una sensaciòn de pena y culpa. Es difìcil decirlo, es que lo impensado de algunas situaciones nos descoloca. Recuerdo que un día, en Pompeya, un perro me siguió durante veinte cuadras hasta desembocar en la estación de ferrocarril. Yo cruzaba la calle y el perro detrás; doblaba yo en una esquina, y el can hacía lo propio. Me detenía frente a una vidriera para disuadirlo de la inutilidad de su esfuerzo, y él se detenía. Por último, cuando abordé el tren, y casi arrepentido de mi acción, lo espanté. El convoy inició su marcha rumbo a Retiro y allí quedó el perro, solo, en medio del andén, seguramente impedido de retomar el camino en que el destino nos cruzó. A medida que pasaban las estaciones, sentía la tentación de bajar, esperar un nuevo tren que me devolviera a Pilar y buscarlo. ¿Lo encontraré?, me preguntaba. ¿Y qué hago con él, si en casa hay perros y no será bienvenido? De inmediato, recordaba que me había seguido sumiso, sin que lo llamara, y que desde ese momento no cesó de dar grandes zancadas hasta ponerse a la par. Me necesitaba, sin duda, aunque si yo no volvía nada cambiaría el mundo. Y no volví. Pero el tiempo me fue devolviendo en pena aquella actitud injusta. ¿Por qué no responder al primer impulso? ¿Y si este significaba que un dueño quedara sin su perro?Han pasado más de treinta años y los ojos de Saturnino o Timoteo -como lo había bautizado- siguen el derrotero del tren que me llevaba muy lejos de aquel andén .
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