La importancia de los Programas Culturales

Buenos Aires es una ciudad que presenta territorios disímiles entre sí, que se enarbola como un faro artístico de América latina y se apoya en la industria cultural que (junto a la turística) explican los mayores ingresos de una de las metrópolis más complejas del mundo.

Grandes teatros y pequeñas salas (Buenos Aires es, quizás, la ciudad en el mundo que más salas privadas cuenta); museos de arte latinomaricano, moderno, de artesanías y de la Ciudad, cines y librerías: todos dan cuenta de una efervescencia que no para de bullir.

 

Las políticas públicas para el sector del Gobierno porteño crearon un centro de Diseño en Barracas, uno de Circo en Parque Patricios y un polo Audiovisual en el polígono dominado por Chacarita, La Paternal y Palermo, y explican el guiño macrista a la industria.

Los grandes festivales artísticos también hablan de la salud y fuerza con la que la gestión del ministro de Cultura Hernán Lombardi mira la producción y consumo de expresiones tan diversas como la música, el cine, el teatro y la danza.

Sin embargo, la cultura también sirve para integrar y democratizar espacios y relaciones sociales que tienen, como una frontera interna sellada en el imaginario colectivo, a la avenida Rivadavia como divisorias de aguas.

Por ejemplo, según el Sistema de Información Cultural de la Argentina, dependiente de la Secretaria de Cultura nacional, de los 422 espacios de exhibición teatral porteños sólo 127 están al sur de Rivadavia, mientras que de las 64 salas de cine sólo 15 están al sur y de los 85 museos sólo 33 se asientan en aquel lugar geográfico, mientras que de los 2.891.082 habitantes de la ciudad, 1.107.444 viven en el sur.

 

La implementación de programas culturales barriales y el esfuerzo estatal destinado a su mantenimiento y sostén hablan de un modelo de ciudad, alejado o no de los cánones del mercado que imponen con su producción un consumo para el simple entretenimiento.

Se trata de una identidad algo borrosa para este sector social, influenciado a la vez por los consumos y modos de producción y circulación dominantes en los grandes espacios de la zona norte de Capital y tan cerca a la vez de la cultura popular vivida por los más pobres.

Hoy, con la tormenta en el pasado, vuelve a ser clara la necesidad de construir espacios verdaderamente democráticos que los gobiernos locales de Fernando de la Rúa, Aníbal Ibarra y Mauricio Macri (con los interinatos incluidos de Enrique Olivera y Jorge Telerman) trabajaron con matices y con el mismo fracaso en el horizonte.

La importancia de los Programas Culturales

Buenos Aires es una ciudad que presenta territorios disímiles entre sí, que se enarbola como un faro artístico de América latina y se apoya en la industria cultural que (junto a la turística) explican los mayores ingresos de una de las metrópolis más complejas del mundo.

Grandes teatros y pequeñas salas (Buenos Aires es, quizás, la ciudad en el mundo que más salas privadas cuenta); museos de arte latinomaricano, moderno, de artesanías y de la Ciudad, cines y librerías: todos dan cuenta de una efervescencia que no para de bullir.

 

Las políticas públicas para el sector del Gobierno porteño crearon un centro de Diseño en Barracas, uno de Circo en Parque Patricios y un polo Audiovisual en el polígono dominado por Chacarita, La Paternal y Palermo, y explican el guiño macrista a la industria.

Los grandes festivales artísticos también hablan de la salud y fuerza con la que la gestión del ministro de Cultura Hernán Lombardi mira la producción y consumo de expresiones tan diversas como la música, el cine, el teatro y la danza.

Sin embargo, la cultura también sirve para integrar y democratizar espacios y relaciones sociales que tienen, como una frontera interna sellada en el imaginario colectivo, a la avenida Rivadavia como divisorias de aguas.

Por ejemplo, según el Sistema de Información Cultural de la Argentina, dependiente de la Secretaria de Cultura nacional, de los 422 espacios de exhibición teatral porteños sólo 127 están al sur de Rivadavia, mientras que de las 64 salas de cine sólo 15 están al sur y de los 85 museos sólo 33 se asientan en aquel lugar geográfico, mientras que de los 2.891.082 habitantes de la ciudad, 1.107.444 viven en el sur.

 

La implementación de programas culturales barriales y el esfuerzo estatal destinado a su mantenimiento y sostén hablan de un modelo de ciudad, alejado o no de los cánones del mercado que imponen con su producción un consumo para el simple entretenimiento.

Se trata de una identidad algo borrosa para este sector social, influenciado a la vez por los consumos y modos de producción y circulación dominantes en los grandes espacios de la zona norte de Capital y tan cerca a la vez de la cultura popular vivida por los más pobres.

Hoy, con la tormenta en el pasado, vuelve a ser clara la necesidad de construir espacios verdaderamente democráticos que los gobiernos locales de Fernando de la Rúa, Aníbal Ibarra y Mauricio Macri (con los interinatos incluidos de Enrique Olivera y Jorge Telerman) trabajaron con matices y con el mismo fracaso en el horizonte.