por Marta Victory
¿Hasta cuándo seguirá esta violencia desatada por el hombre contra el hombre? ¿Hasta cuándo veremos casi impasibles como los ancianos son maltratados? ¿Hasta cuándo aceptaremos la agresión en el vocabulario de nuestros hijos y hasta cuándo vamos a aceptar que se nos cercenen derechos tan primarios como caminar tranquilamente por las calles de nuestro barrio? ¿Seguiremos echándole la culpa a las circuntancias? ¿Continuaremos justificando todo y protestando solo en los corrillos mañaneros?
Cuando comenzaremos a pensar hasta que punto apañamos o promovemos esa violencia cotidiana. ¿O no es violencia la que nos lleva en un mal día a increpar a una empleada porque alguien tiene que pagar los platos rotos? ¿O no es violencia la que inculcamos a nuestros hijos cuando los presionamos para mostrar que son mejores a cualquier precio? ¿O no sonreímos con cara de superados cuando desde la radio o la televisión nos agreden con groserías verbales y visuales de todo tipo?. Más aún, ya asumimos una actitud escéptica, casi indiferente cuando nos enteramos de los hechos de violencia que diariamente se producen, como si formaran parte obligadamente del vivir cotidiano.
El concepto de relación social se basa en el hecho de que la conducta humana se halla orientada de múltiples formas hacia las otras personas. Es decir, hay una constante interacción donde nuestras conductas se relacionan con los actos de los demás. Se podría dar una cantidad de ejemplos sobre como los otros nos influyen según las expectativas imaginarias o reales que tienen sobre nosotros. Sin embargo esta interacción no es tan unilateral como parece, sino un proceso recíproco de acción y reacción.
En esta “trama de las relaciones sociales” los individuos comparten una vida en común en la que se forman distintos subgrupos interconectados entre sí de acuerdo a intereses específicos y normas estipuladas.
Es durante la infancia y la niñez, períodos de gran plasticidad, donde se adquieren los hábitos, actitudes, creencias y valores de la cultura que nos hacen aptos para vivir en sociedad. La internalización de valores, normas, actitudes, pautas de respuesta formarán la personalidad adulta. Por todo esto, es importante tomar conciencia de nuestro rol.
Quizás no esté en nuestras manos la solución inmediata a las conductas violentas con las que debemos convivir día a día, pero si podemos mejorar la calidad de vida de las nuevas generaciones, educando con el ejemplo, dando pautas claras y justas para una buena convivencia, sublimizando nuestro lado oscuro hacia actitudes socialmente aceptadas. La estrecha relación de cultura y sociedad con los individuos que la conforman, permite predecir algunos aspectos de la conducta humana. Es un compromiso que debemos asumir ante las futuras generaciones. Que así sea.