Al compás sostenido del dos por cuatro, el mercado del tango en la Argentina parece estar lejos de su techo. La música más representativa de la Ciudad de Buenos vive hoy una hora de dulce apogeo, en torno a un público donde se funden con igual entusiasmo extranjeros y locales. Con un incremento en la actividad mayor que el 200% respecto de una década atrás, el tango mueve en la actualidad, sumando sus distintos rubros, una facturación estimada en $1.500 millones anuales.
En un mercado integrado principalmente por shows de nivel internacional, milongas a la vieja usanza, academias de baile, indumentaria, discos, libros y souvenirs, el punto fuerte de la movida son las tanguerías, un nicho que retiene el 50% de los ingresos totales, que suman $1.500 millones según estimaciones del economista y especialista en el sector Jorge Marchini.
Bajo la modalidad cena-tango show se destacan alrededor de 40 casas, con puestas en escena que convocan a productores, orquestas, cantores y bailarines de renombre. En tren de aprovechar esta tendencia en ascenso, muchas tanguerías se dedican a la organización de eventos y de congresos. En este renglón sobresalen La Esquina de Carlos Gardel, Piazzolla Tango, Sr. Tango y El Viejo Almacén.
Con un promedio de 1.500 espectadores por noche –que es mayor aún cuando a partir de octubre llegan los cruceros de lujo–, la oferta se divide en dos categorías: por un lado está el segmento for export , que ofrece locales más grandes y va dirigido a un público mayoritariamente extranjero. Pero también cobran relevancia los reductos más tradicionalistas –con mayoría de argentinos– que reúnen a un público más custodio de la esencia arrabalera. En este último caso, hablamos de locales con una capacidad promedio de 120 localidades.
Sin embargo, el tango no escapa del marco de incertidumbre que domina a la economía nacional. Tras el esplendor vivido a partir de la devaluación de 2002 –que abarató a la Argentina ante los bolsillos de los extranjeros y de este modo potenció a los negocios asociados al turismo–, el margen de buenos negocios se ha reducido. El cepo cambiario y la inflación han convertido a Buenos Aires en una de las ciudades más caras de la región, tanto para los locales como para los extranjeros.
De acuerdo a la encuesta de Turismo Internacional de 2012, el arribo de extranjeros al país durante ese año bajó 4,6%, mientras distintas mediciones privadas indican que el gasto de divisas cayó 25% aproximadamente. Marchini precisa: “El bajón comenzó a percibirse en 2008. Posteriormente, la cosa fue normalizándose, aunque, a decir verdad, no ha vuelto a los números de los primeros años del auge, cuando la actividad registraba un alza anual del 35%”.
De la demanda extranjera que se apasiona por este Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad –como se lo declaró al tango en su momento–, los latinoamericanos acaparan aproximadamente el 50%, seguidos por los turistas europeos con un 30%. Más atrás figuran los estadounidenses y canadienses.
Otro punto fundamental es la gestión por medio de agencias, hoteles o promotores. “Sin descuidar nuestro espectáculo, que es tradicional, modificamos hace poco la gestión comercial: sellamos acuerdos con agencias y participamos de congresos internacionales”, informa Gisela Batista, dueña y bailarina de “Taconeando”.
Hoy la tarifa promedio de una cena-tango por persona fluctúa entre los $400 y $500, aunque en los locales más representativos del nicho for export existen combos desde $700 hasta $900. Los extranjeros abonan tarifas dolarizadas a la cotización oficial a precios que arrancan desde US$90 y que pueden llegar al doble.
En la Casa de Aníbal Troilo, vigente en San Telmo desde 1959, advierten que “la gente del interior poco a poco está supliendo la baja en los gastos del turista extranjero”.
“Entre otros cambios que notamos, los turistas de otros países han empezado a volcarse por el tango argentino más ortodoxo, el verdadero, sin rasgos de ballet, sin tanto show”, detalla Alejandro Fariña, dueño de la Casa de Troilo, que crece un 20% por año.
Como sea, no son pocas las quejas sobre los elevados costos que debe afrontar una tanguería: además de las sumas volcadas al pago de músicos, bailarines y cantores profesionales, SADAIC naturalmente también exige montos por derechos de autor. Otros hablan de la necesidad de que se preste más atención al costado cultural, sin descuidar la rentabilidad.
“Nosotros apostamos a las expresiones genuinas de la cultura popular. El sector necesita sí o sí más comodidad impositiva, una vista más sincera desde la cultura y su promoción, además de un mejor reconocimiento económico global”, explica Doris Bennan, desde el comando de Los Laureles, una tanguería que recibe unos 100 espectadores por noche.
Por su parte, Marchini tiene en carpeta un plan alternativo: “La idea es lograr que se coloque una tasa ínfima –de aproximadamente $20 a cada concurrente de espectáculos for export– y generar un fondo para solventar becas para formación, materiales de promoción, concursos de nuevos autores, apoyo a compra de instrumentos, etcétera”, detalla.