Según el diccionario, “Maestro es aquel que enseña una ciencia, arte u oficio…” continuando una serie de especificaciones y variantes sobre su significado. Nos quedamos con la primera parte de esta definición por lo específica y abarcativa, lo cual no es contradictorio, por lo contrario, determina quien es Maestro y a la vez abarca todas las variables posibles.
Esto, que parecería una obviedad no lo es tal, ya que no solo nos referimos a aquellos docentes que forman parte de nuestros recuerdos y de la ajada foto escolar -costumbre tradicional que nos permite retrotraernos en el tiempo y tratar de reconocernos entre las muchas caritas infantiles que poblaban el aula-, ni a los sacrificados maestros rurales que hacen de su vocación, la espada de San Jorge, para pelear con el inmenso dragón de la ignorancia, la pobreza, los obstáculos geográficos, la falta de recursos y la indiferencia de muchos.
A todos ellos nuestro respeto. Pero el presente editorial lo queremos también hacer extensivo a los “Maestros de la Vida”, a esos que han compartido algún momento de nuestra existencia y nos dejaron una enseñanza, con palabras o con el ejemplo, que nos acompañó el resto de nuestra vida como un faro en medio de la tormenta.
Nos referimos a ellos, los que jugaron un papel tan significativo y determinante que nos marcó para siempre, afectiva o profesionalmente.
No importa el rol que les tocó desempeñar -padres, hermanos, amigos, compañeros circunstanciales, personalidades- cualquiera haya sido la relación, o si tuvieron o no conciencia de lo importante que fueron para nosotros; lo bueno es que, en algún momento, podemos entrecerrar los ojos y recordarlos, con una sonrisa nostalgiosa y agradecida.
Marta Victory
Be the first to comment