Un día le preguntaron al escritor argentino Jorge Luis Borges dónde le hubiera gustado nacer; y él, sabio para descubrir la malicia en un gesto inocente, respondió: «En Tucumán y Suipacha, en pleno centro de Buenos Aires», lugar en el que efectivamente nació el 24 de agosto de 1899. Según el autor de «El Aleph», la pregunta tenía por meta transformarlo en traidor, pero el supo sintetizar esa pasión indómita por Buenos Aires, que fue su Alpha pero no su Omega (murió lejos de ella): «Si hubiese nacido en Texas, sería otra persona, no Jorge Luis Borges».
¿A que viene esta pequeña anécdota? A explicar simplemente, y por boca de un relator de ficciones y realidades, la importancia del arraigo, del comprometernos emocionalmente con nuestro lugar, porque es una parte importante de nosotros mismos. A él nos unen los recuerdos, los olores y sabores del pasado, que hoy nos llevan a revivir sensaciones y hechos del ayer que han quedado en nuestra memoria.
Por eso nos parece una buena iniciativa -puesta en marcha hace ya largo tiempo, pero que cuenta día a día con más adeptos-, de recorrer los distintos lugares, en compañia de guías aportando tanto datos técnicos de arquitectura o de botánica como relatando entrañables crónicas cotidianas de un pasado no tan lejano.
Acercándonos de esta manera dinámica al conocimiento de la historia, es posible que también logremos despertar el interés en las nuevas generaciones, un poco indiferentes a todo lo que no sea el hoy, sin percibir que el presente pasa rápidamente a ser ‘ayer’.
Esta «historia viva» es la que debemos rescatar para nuestros jóvenes, para que aprendan a conocer y querer a este, «su lugar en el mundo».
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