Pequeñas historias vecinales. Fue en la Boca, hace tiempo

Nov.- Fue por esos días, y no quisiera equivocarme, que los camiones cargados de militares cruzaron la bocacalle por enésima vez haciendo sonar sirenas. Iban a la Plaza. Cada tanto se interrumpían las transmisiones radiales para anunciar un golpe de estado.

Adentro, en la penumbra del bar de artistas de circo y varieté, nada había cambiado por siglos. Los anaqueles lucían botellas de Oporto Dom Luis desde hacía años. Las telarañas habían enhebrado una formidable madeja y el entrejido parecía un profuso alambrado que se blanqueaba o se hacía tornasol a la luz de la bombilla.

Siempre había un circo en trance de salir de gira u otro de arribar de esos largos exilios por provincias. De tanto en tanto, los payasos de cara de albayalde, más viejos y más pobres, se dejaban caer con sus horrendas valijas de cartón. Se sentaban a las mesas, con caras mustias y de fracaso, y se dejaban estar. Los más orgullosos, con sus estómagos destruídos por la mala comida de las fondas, repetían hasta el cansancio que escuchaban “ofertas, pero con reservas”, sabiendo ellos e intuyendo los ahora cada vez más escasos contratistas, que todo formaba parte de una ficción, pero que el Pierrot o Pulcinella aceptarían a rajatabla y meterían desesperadamente el adelanto en sus bolsillos antes que el empresario se arrepintiera.

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