De nuestra redacción.- Pompeya guarda todavìa alguna reminiscencia del tiempo que fue. Algo de nostalgia y otro poco de recuerdo de dìas pasados en ese barrio entrañable.
Al ver alguna de las vidrieras del negocio de venta de artículos usados, que es realidad debería llamarse menos pomposamente, de artículos en desuso, siempre encontramos algo que nos remonta a ese pasado ni tan lejano ni tan olvidable.
Hasta no hace mucho tiempo nos referíamos a la extinción de los nobles oficios con nostalgia: todo aquello que pobló la infancia de generaciones con olores, sabores y costumbres, desapareció frente a la competencia de lo importado, barato, práctico y fácilmente reponible.
Así el zapatero remendón, dueño y señor de la media suela; o el colchonero, con su maquinita de cardar la lana a cuestas; o la camisera que daba vueltas los cuellos cuando el roce y la barba los gastaban; o el sastre ducho para mostrar la belleza del interior de trajes absolutamente percudidos; o el bobinador de motores que daba vida a un 1/3 monofásico corroído por la corriente y el uso; o el componedor de tachos de lavarropas, que golpeaba, soldaba y pintaba para devolverle el aspecto primitivo a aquellos armatostes Siam Hoover o lrupé.
Alguna vez le cantamos “todo ha muerto, ya lo sé” aI viejo paragüero, al soldador de estaño, al reparador de asas y manijas, a la tejedora en overlock, al sillero de carro (foto) o al envase retornable de vidrio. ¡Pero no estaban muertos!.
Estaban en descanso y los despertó la necesidad, les abrió la puerta para demostrar que aquellos eran productos nobles, sin descartes posibles. Lo demuestra una vieja radio Spika (sólo A.M.) que luce en el escaparate de un negocio del barrio junto a un viejo televisor en blanco y negro marca Well’ Gardner. ¡Milagros de la inteligencia o proezas de la orfandad, lo cierto es que ambos funcionan!