R/-Era Primavera. Las manos acariciaban la tierra que paría brotes como hijos que se multiplicaban en el verdor, la maravillosa inquietud de renovación que trae setiembre con su carga de esperanzas. Como una reverencia, de rodillas sobre el pasto de la casa familiar, mi madre acariciaba Ias rosas que iban apareciendo con sus promesas de amor eterno y que en realidad mentían, incapaces de sobrevivir más allá de un par de días. Mi padre vivió entre flores: las humildes violetas de los Alpes, la eterna rosa azul, los macizos en donde bailaban al viento los más exóticos ejemplares. ¡Aromas jamás revividos! -Los pájaros, desde las ramas más altas, observaban ese vergel. ¡Llegaba la Primavera, y con ella, con el murmullo cerrado de los escolares preparándose para festejar la estudiantina, se marchaba el invierno! ¡Si todo era amor, esperanza, y un bullir de la sangre que impulsaba a la vida a grandes sorbos! Claveles, pensamientos, geranios y flores de azahar que algunos maceraban en alcohol y cuyas gotas utilizaban como colonia. ¡Ah, la felicidad de echarse a leer en el patio, bañados por los vahos cloroformantes de aquellas flores! ¡Y la seguridad que nos daba la primavera de que la felicidad y los dones eran eternos!
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