Dormir, en verano, constituye para los habitantes de estas latitudes, acostumbrados a temperaturas medias y la consabida baja de la temperatura ambiente, un verdadero tormento. En los últimos años, y tal vez por el recalentamiento del planeta, el clima urbano permanece invariable durante las horas dedicadas al sueño y aumenta las marcas mínimas. Es cuando aparecen los sofocones, los movimientos convulsos en la cama, las interrupciones del ciclo natural que modifica curvas y comportamientos. Si la situación persiste por varios días, el cuerpo entra en lo que se denomina “déficit de sueño” y se desaprovechan de dos a tres horas diarias que debieran ser dedicadas al reposo.
Se acude a los ventiladores, pero estos no siempre cumplen con su cometido, porque lo que hacen es aventar el aire caliente que reciben y lo redistribuyen. El aire acondicionado, en cambio, insume gastos que no todos están en condiciones de afrontar. Para poder dormir correctamente la temperatura corporal requerida es de un grado a grado y medio menor a la media normal, pues de lo contrario se ingresa en esa zona de turbulencias, malestar general, dolor de miembros, excitabilidad y mal humor.
Para adaptarse a la situación es conveniente comer liviano por la noche, eludir la ingesta de carnes rojas y el consumo de alcohol, y optar por tartas, pastas sin relleno, abundantes ensaladas vegetales, pescados de carnes magras, jugos de fruta (nunca bebidas a base de cola, ya que la cafeína que contienen conspira contra el descanso) y agua fresca en regular cantidad.
Si se puede, conviene hacer una corta siesta (de 45 minutos a una hora), oscureciendo la habitación para evitar el ingreso de calor. Para dormir, utilice una prenda de algodón liviano, porque de esa manera la ropa absorberá la transpiración. Si lo hace desnudo, los líquidos corporales pasarán a las sábanas, que deberán ser de algodón o hilo. Si así y todo usted no puede conciliar el sueño, cierre los ojos y piense en el Polo Norte o en Alaska.
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